En un Estado libre by V. S. Naipaul

En un Estado libre by V. S. Naipaul

autor:V. S. Naipaul [Naipaul, V. S.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1971-03-13T00:00:00+00:00


3

La maleza había parecido extenderse por toda la planicie del valle, hasta la otra ladera. Pero durante algún tiempo el terreno se había vuelto más irregular y verde. La ladera limitaba aún la vista, pero cada vez menos. Se veían ahora una serie de pequeñas y dispersas colinas. Oscuros árboles en la lejanía indicaban la presencia de corrientes de agua; aquí y allá, campos cubiertos de pequeños montículos indicaban bosques recientemente talados. Comenzaban a desembocar en la carretera caminos sin asfaltar, y unos sencillos postes indicadores daban los nombres de lugares situados a treinta, a cincuenta, a cien kilómetros. Se veían algunas pequeñas vallas de madera.

El tráfico era aún escaso. Con su tranquila y mística voz dijo Linda:

—Ésta es mi colina preferida de todas las de este trayecto. Parece como si una mano gigante hubiese arañado la ladera.

La imagen era adecuada. Era exactamente lo que Bobby pensaba de la colina.

—Sí —dijo.

Delante de ellos una camioneta con toldo entró en la carretera desde un camino secundario. Por encima de la parte posterior de la caja asomaban la cabeza unos sabuesos. Colgados detrás del vehículo, soportando las duras sacudidas iban dos africanos con botas y pantalón de montar, chaquetas rojas y gorras del mismo color.

—Qué extraña es esta parte de África —⁠dijo Linda.

Se enderezó en el asiento, cogió su bolso del suelo y extrajo de él un neceser. Se puso a maquillarse. Su actitud mística había desaparecido. Ahora era Bobby quien tenía otra vez un aire sombrío.

—Cuando estuvimos esa temporada en el África Occidental —⁠dijo ella mientras se empolvaba la cara, bizqueando al mirarse en el espejito⁠—, no habríamos creído nunca que los nativos de allí fuesen en lo más mínimo ingleses. Pero tan pronto como cruzamos la frontera de la zona francesa, vimos allí unos negros exactamente como los de aquí que llevaban gorras francesas, sentados en las aceras comiendo pan francés y bebiendo vino tinto. Y ahora pasamos por aquí y vemos a estos caballerizos ingleses de piel negra.

La carretera había comenzado a formar curvas, y no estaba ya despejada. El automóvil iba ahora detrás de la camioneta de los inquietos sabuesos. Los caballerizos lo miraban con expresión poco amistosa. Un letrero anunciaba la proximidad del Hunting Lodge, a un kilómetro.

—Habremos de darnos prisa —⁠dijo Bobby⁠—. No me gustan esos nubarrones.

—Ya le he dicho que yo entendía de nubes.

El desvío que tomaron descendía bruscamente a partir del terraplén de la carretera. Era estrecho, sin asfaltar y de color rojo oscuro. Tenía dos profundas roderas. Discurría entre dos campos de árboles talados. Había llovido el día anterior o a primera hora de la mañana. El coche seguía las roderas con el consiguiente traqueteo; el volante saltaba en las manos de Bobby.

—Todavía no se ha secado la tierra —⁠dijo Bobby⁠—. Debe de haber llovido mucho.

—Y pronto lloverá otra vez —⁠dijo Linda, pero con voz que no expresaba inquietud.

El rojo camino formaba ahora una curva, siguiendo una pequeña depresión entre suaves pendientes. De pronto se encontraron rodeados de verdor, y la carretera quedó oculta.



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